Hay fechas que no pueden olvidarse y, sin dudas, esta será una de ellas. Despedimos, con mucha tristeza, al jugador de todos los tiempos: Diego Armando Maradona, aquel 10 indiscutible que supo defender la albiceleste como nadie y héroe de muchos argentinos.
Hace 60 años atrás, en Villa Fiorito, un barrio de Lanús, en Buenos Aires, nacía “Dieguito”… esa criatura que llegó a la tierra con un don mágico en sus pies y fue el quinto hijo del matrimonio entre Diego Maradona y Dalma Salvadora (“Doña Tota”).
La pasión de Maradona hacia el fútbol comenzó desde temprana edad y, con el correr de los días, el lazo hacia la pelota aumentaba a pasos agigantados. Es por eso que, a los nueve años, sus padres no dudaron en llevarlo a que realice las formativas en el equipo de Cebollitas. Allí se divertía con la pelota en la zurda. Desde ese momento, hasta el día de su retiro, disfrutó con la redonda en los pies. Fue feliz.
El sueño de todo pibe llegaba a sus tan solo quince años: jugar en primera. Lo hizo con Argentinos Juniors, en 1976, equipo con el que supo brillar en cada jugada, marcando goles claves y defendiendo la camiseta. No caben dudas que, como futbolista crecía día a día, año tras año. En 1978, bajo la atenta mirada de César Luis Menotti como DT del seleccionado argentino, confió en ese futbolista de estatura pequeña, que hacia magia, pero lo consideraba muy joven para afrontar un Mundial, de tal manera que no lo convocó para el mismo, pero si no dudó en llevarlo al Mundial Juvenil de Japón 1979, donde pudo consagrarse campeón.
Desde entonces, el destino del “Pelusa” estaría definido para ser un campeón, ya que de aquel episodio en Japón, pasó a jugar en Boca Juniors, en donde logró coronarse una vez con uno de los equipos más grandes de la Argentina.
En 1982, el Barcelona estaba interesado en el astro del fútbol, por lo que lograron comprarlo por una cifra muy importante, dejando en claro que el dinero a cambio de un futbolista que sepa darle el triunfo no importaba. Diego supo hacer de lo suyo, consiguiendo así la Copa de la Liga, la Copa del Rey y la Supercopa de España. El 10 se relucía, pero producto de una hepatitis y una doble fractura, su rendimiento en la cancha se fue desmejorando. En ese mismo año, integró y debutó por primera vez en el Seleccionado argentino en el Mundial de España, en donde si bien, tuvo actuaciones claras, hasta llegando a deslumbrar, el sueño se acabó muy temprano.
Dos años más tarde integró el Nápoli de Italia, con quien logró triunfos extraordinarios, ganado las Ligas de 1987 y 1990, la copa UEFA de 1989 y la Supercopa de Italia de 1991.
En 1986 fue figura en el Mundial de México con Carlos Salvador Bilardo de entrenador, quien confió en las cualidades de ese “barrilete cósmico”, apodado así por Víctor Hugo Morales. Ese barrilete fue clave en cada partido, pero hay uno que quedará inmortalizado en la historia: los cuartos de final, ante Inglaterra, donde convirtió dos goles famosos: “la mano de Dios” y “el gol del siglo”. Con un Maradona en versión Dios, respaldado por un plantel de jugadores valientes, llegaron a esa ansiada final, en la que Argentina se enfrentaba con un rival como Alemania. Por donde se lo analice era un encuentro muy difícil, pero no imposible. Y eso quedó demostrado. Aquellos muchachos hicieron historia, ganando 3 a 2, obteniendo la Copa del Mundo.
En 1990, una vez más pudo ser parte del Seleccionado y llegar a otra final ante Alemania, pero en esta oportunidad, quedando en segundo lugar.
La última actuación del “Pibe de Oro”, defendiendo la albiceleste en era de mundiales, fue en el año 1994, en los Estados Unidos, aunque, sólo llegó a disputar dos partidos; tras el segundo, dio positivo en un control antidopaje y fue suspendido por dos años.
Su vida como futbolista terminó en octubre de 1997, cuando tomó su decisión de dejar a un lado los botines, las gambetas, esos jueguitos perfectos con la pelota, dando así su último show futbolístico, vistiendo su amada camiseta Xeneize y enfrentando a nada más ni nada menos que a River en el estadio Monumental, ganando por 2 a 1. Allí, se inmortalizó una de las frases más importantes que esbozó: “La pelota no se mancha”.
Pero para el Diego, el fútbol fue su vida, porque más allá de que optó por no volver a jugar, no le fue fácil desprenderse, inclinándose así su carrera como entrenador, en clubes como el Deportivo Mandiyú, Racing y la Selección Argentina a fines del 2008, donde llegó a dirigir el Mundial de Sudáfrica 2010, alcanzando los cuartos de final. Y vivió sus últimos días como entrenador de Gimnasia y Esgrima de La Plata.
Diego nos dejó en la jornada de ayer. Con un dolor inmenso nos toca despedirlo, luego de una carrera inigualable y un amor por nuestra Patria digno de admiración. “Para mi Diego es el abrazo con mi viejo”, dijo algún fanático a la pasada, entre lágrimas de tristeza y dolor. Diego es un símbolo. Diego llevó la bandera de nuestro país a cada rincón del mundo. Diego es, fue y será un grande de todos los tiempos. Se nos fue un ídolo, nace una leyenda.