Retroceder al pasado siempre es necesario para recordar aquellas historias de personajes que han quedado en el eco del olvido y que merecen ser contadas.
Siendo así, que en el mundo del boxeo, si bien se han destacado innumerables figuras, hay una que es digna de ser narrada, como la de Pascual Pérez, ese pequeño gigante, que escalonó peldaño a peldaño, primero en el amateurismo, hasta llegar a la cima, en el profesionalismo.
“Pascualito”, como lo apodaban, nació en Tupungato, Mendoza, el 4 de mayo de 1926, en el seno de una familia de trabajadores viñateros. Era el menor de nueve hermanos y trabajó como labrador desde muy niño.
En 1942, a los 16 años, se inició en el boxeo en el club Deportivo Rodeo de la Cruz, dirigido por Felipe Segura, mostrando desde un primer momento una gran habilidad y un golpe inusual en boxeadores de pesos livianos. Aunque era zurdo asumía con naturalidad la posición de un diestro; su altura, que alcanzó 1,52 m ya de adulto, lo hacía más pequeño que el resto de sus contrincantes en la categoría mosca.
Debutó como amateur en enero de 1944 y, como tal, disputó 125 combates ganando 16 campeonatos, incluyendo la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres 1948 y, por este logro, el gobierno del general Juan Domingo Perón le otorgó una casa en Mendoza y un trabajo en una repartición pública. El primer torneo que ganó fue el Campeonato Mendocino de Novicios, en marzo de 1944, apenas dos meses después de su debut.
En el mundo profesional, se insertó una vez que ya había cumplido 125 peleas en el campo aficionado. Y lo hizo en noviembre de 1952. Su primera contienda fue en Gerli (Gran Buenos Aires) contra el chileno José Chiorino, que abandonó en el cuarto asalto. Sus primeros 18 encuentros, los ganó todos por nocaut, con un promedio de 3 asaltos.
El 11 de noviembre de 1953, en el Luna Park, se coronó Campeón Argentino de peso mosca, que se encontraba vacante, al vencer por nocaut técnico en el cuarto asalto a Marcelo Quiroga.
El embajador argentino en Japón, Carlos Quiróz, por indicación del entonces presidente Juan D. Perón, hizo gestiones para arreglar un combate en Buenos Aires contra el campeón mundial, el japonés Yoshio Shirai, sin que estuviera en juego el título. La pelea se hizo a diez asaltos en el Luna Park el 24 de julio de 1954, con presencia del presidente Perón, sentado en el ring-side. El combate terminó empatado y resultó un acontecimiento extraordinario en el país, pues por primera vez un boxeador profesional argentino no era vencido por un campeón mundial. El empate obligó a Yoshío Shirai, como era norma en el boxeo mundial, a concederle la revancha al boxeador argentino con el título en juego.
Cuatro meses después del empate, el 26 de noviembre de 1954, en Buenos Aires, Pascual Pérez y Yoshio Shirai se enfrentaron por el título mundial en el Estadio Korakuen de Tokio a 15 asaltos. El argentino venció al japonés por puntos con amplitud, en decisión unánime, luego de haberlo derribado en el segundo asalto y nuevamente en el 12.º, en el que el campeón se retiró a su rincón con poco ánimo de continuar. En el asalto 13, Pérez volvió a castigar duramente a Shirai, que estuvo al borde del nocaut. Al finalizar la pelea, el puntaje reflejó una diferencia a favor del argentino: el árbitro Jack Sullivan le dio 146-139, el juez Bill Pacheco, 143-139, y el juez Kuniharu Hayashi, 146-143. “Pascualito” se constituyó así en el boxeador más pequeño en ganar un título mosca.
De esta manera, el triunfo de Pascual Pérez tuvo un enorme impacto en la Argentina, ya que se trataba del primer campeón mundial de boxeo, una de las tres disciplinas esenciales del deporte argentino, junto al fútbol y el automovilismo por ese entonces.
En 1955 realizó una defensa destacada: el desquite con Shirai, dos en 1956 (con Espinosa y Suárez), dos en 1957 (con Dower y Martin), dos en 1958 (con Arias y Ursua) y otras dos en 1959, con los japoneses Yonekura y Yaoita. La horma de su zapato fue el tailandés Pone Kingpetch, quien le arrebató el título en Bangkok, el 16 de abril de 1960 y volvió a vencerlo el 22 de septiembre de ese mismo año, en Los Angeles.
El 22 de enero de 1977, constituyó el día más triste para todos los argentinos, ya que “el león mendocino”, falleció a los 50 años de edad, como consecuencia de una insuficiencia hepática-renal, en la Clínica Cormillot. Fue velado esa misma noche en el gimnasio del Luna Park que él mismo había estrenado en su primer encuentro con Yoshio Shirai.
Al día siguiente, una multitud concurrió a su entierro en el Cementerio de la Chacarita, esperando más de nueve horas a que llegara la empresa de pompas fúnebres, que se negó a llevar sus restos hasta que sus familiares y amigos completaran el pago de los 3500 dólares del costo del servicio. Fue enterrado en el Panteón de la Casa del Boxeador.
Lo cierto, es que lo único real del tiempo es que pasa como la vida misma, en donde lo único que quedan son huellas impregnadas en cada persona, como lo hizo aquel “pequeño gigante”, un emblema indiscutible en el boxeo, el indomable de metro y medio que, con apenas 47 kilos, era dueño de una pegada potente y de un buen largo de brazos; ese hombre, con cara de niño, de 22 años, supo ser campeón del mundo y medalla de oro olímpico. Una trayectoria que, como ciudadanos argentinos, nunca debemos olvidar, es por eso que siempre debemos recordar al gran Pascual Pérez.
Nota: Priscila Macarena Toledo (Instituto Superior General San Martín)