Si hablamos de herramientas de inclusión, una siempre es el deporte. Es una manera de poder mezclar diversión, actividad física e inclusión.
Es un vehículo para adquirir valores, hábitos y fomenta, también, el desarrollo individual y la relación con otras personas. De alguna u otra forma logramos tener un cambio de actitud y distraernos mientras compartimos un espacio físico o simplemente tiempo con demás personas.
Muchas veces las autoridades gubernamentales, los dirigentes o directamente entrenadores suelen proponer campañas para ayudar a chicos que no han tenido oportunidades en su vida, se integren a grupos y se relacionen con ese entorno.
El deporte también es practicado en el ámbito escolar en la asignatura “educación física”, que está lejos de ser una materia más. Funciona como herramienta para que aquellos que, muchas veces sufren burlas (el famoso “bullyng”), puedan compartir con otros un horario y alguna disciplina.
El deporte no aplica distinciones entre personas: la raza, el sexo, la condición o el origen social no son motivos excluyentes a la hora de jugar o entrenar.
Las disciplinas deportivas fueron abocando tiempo para que también personas con capacidades diferentes puedan tener su espacio y, finalmente, disfruten siendo parte de lo lindo que tienen las actividades que se realizan.
En sintonía, en el ámbito deportivo existe, también, el término “adaptado” que es una forma de inclusión. Y debemos normalizar la presencia de las personas con discapacidad en el deporte. Que sea la regla y no la excepción. Y para lograr un deporte inclusivo, el primer paso es la satisfacción a la accesibilidad. Que no sea la letra chica de los libros que pocos leen. Que el mundo se adapte a las personas con discapacidades y no estas personas al mundo. Que sea para todos, todas y todes.
El saber que el deporte es la herramienta más eficaz para la inclusión no nos quita a nosotros el poder de ayudar de alguna u otra forma (escuchando, prestando atención) o, simplemente, empatizando con las personas que necesitan apoyo.